Ya no me quieres!
Los besos y las caricias ya no le producían ni alegría ni satisfacción; eran sólo una cortina, tras la cual el chico se torturaba y llamaba desesperadamente a su cuerpo a la obediencia. Eran unas caricias interminables y era un sufrimiento sin fin, un sufrimiento totalmente mudo, porque Jaromil no sabía qué decir y le parecía que cualquier palabra iría a aumentar su vergüenza; la chica también estaba callada, seguramente porque ella también intuía que estaba sucediendo algo vergonzoso, sin saber exactamente si era vergüenza suya o de él; de cualquier modo, lo que ocurría era algo para lo cual no estaba preparada y le daba miedo mencionarlo.
Y luego, cuando la horrenda pantomima de caricias y besos ya no tuvo fuerzas para continuar, apoyaron las dos cabezas sobre la almohada e intentaron dormirse. Es difícil adivinar si durmieron o no, y cuánto tiempo, pero aunque no lo hubieran hecho lo cierto es que simularon dormir, porque así podían esconderse el uno del otro.
Cuando se levantaron a la mañana, a Jaromil le dio miedo mirar el cuerpo de ella; le parecía tan dolorosamente bello, tanto más bello porque no le pertenecía. Fueron a la cocina, prepararon el desayuno y se esforzaron por charlar con naturalidad.
Pero después de un rato la estudiante dijo:
—Tú no me quieres.
Jaromil quería asegurarle que no era verdad, pero ella no lo dejó hablar.
—No, es inútil que trates de convencerme. Es más fuerte que tú y esta noche ha quedado demostrado. Tú no me quieres. Tú mismo te has dado cuenta hoy de que no me quieres lo suficiente.
En un primer momento hubiera querido asegurarle a la chica que aquello no tenía nada que ver con la magnitud de su amor, pero no se lo dijo. Las palabras de la chica le habían brindado una inesperada oportunidad de disimular su vergüenza. Era mil veces más fácil soportar el reproche de la chica por su falta de cariño que la idea de que tenía un cuerpo defectuoso. Por eso no decía nada y se limitaba a agachar la cabeza. Y cuando la chica repitió la misma acusación él dijo, con voz deliberadamente insegura y poco convincente:
—No es verdad, yo te quiero.
—Mientes —le dijo—, tú quieres a otra.
Eso era aún mejor. Jaromil agachó la cabeza e hizo un gesto de tristeza con los hombros, como si reconociera que había una parte de verdad en el reproche.
—Cuando el amor no es verdadero no tiene ningún sentido —dijo la estudiante con voz fúnebre—. Ya te advertí que no era capaz de tomar estas cosas a la ligera. No soporto ser el sustituto de otra persona.
A pesar de que la noche que habían pasado juntos había constituido un sufrimiento, a Jaromil no le quedaba más que una salida: repetir la experiencia y superar su fracaso. Por eso se veía ahora obligado a decirle:
—No, eres injusta conmigo. Te quiero. Te quiero mucho. Pero hay algo que te he ocultado. Es verdad que en mi vida hay otra mujer. Esa mujer me amaba y yo le he hecho mucho daño. Y ahora hay en mi vida como una especie de sombra que me angustia y contra la que no puedo hacer nada. Compréndeme, por favor. Sería una injusticia que ya no quisieras que nos volviéramos a ver, porque yo te amo a ti, solamente a ti.
—Yo no digo que no quiera que nos volvamos a ver, lo único que digo es que no soporto a ninguna otra mujer, ni aunque sea una sombra. Compréndeme, para mí el amor es algo absoluto. Para mí en el amor no hay medias tintas.
Jaromil miraba la cara de la chica, sus gafas, y el corazón se le encogía al pensar que fuera a perderla; le pareció que tenían muchas cosas en común, que era capaz de comprenderlo. Y sin embargo no podía ni debía confiarle sus problemas y tenía que poner cara de que una sombra fatal lo aprisionaba, de que su propio ser estaba partido en dos, de que era digno de compasión.
—¿Y el amor absoluto no significa —arguyó— la capacidad de comprender al otro y de amarlo con todo lo que está dentro de él y encima de él, con sus sombras también?
La frase estaba bien dicha y la estudiante se quedó pensando. A Jaromil le pareció que no estaba todo perdido”
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